Las cuatro líneas que unen al libro:
1.
La esperanza Mesiánica
2.
El Motivo de la ciudad
3.
El Santo de Israel
4.
Historia y Fe
La esperanza Mesiánica:
Gira alrededor de tres perfiles mesiánicos: el Rey (cap
1-37), el Siervo (38-35), el Conquistador Ungido (55-66). Cada perfil implica
la unción del Mesías con el espíritu y la palabra. Además, el concepto de
santidad es recurrente y característico del trono y del Rey y la naturaleza de
Su reino. El trabajo del Mesías en sus diferentes perfiles implica una obra
desde adentro hacia afuera: (1) La restauración de Sión, 1:26-27 (2)La
influencia de Sión sobre las naciones, 2:2-4 (3) el rey “David” gobierna sobre
las naciones 11:6-9 y Su pueblo en armonía se vuelven tropas que asaltan
Filistea (11:13-14) y someten a las naciones gentiles. El Siervo es introducido
como el vehículo de la revelación divina a los gentiles (42:1-4) por medio de
la restauración de Israel y volviéndose la salvación de Dios para todas las
naciones. El Conquistador Ungido es introducido como el restaurador de sión y
el que trae las naciones a la luz de la revelación de la que sión goza. Isaías
introduce un concepto prominente como “El Enigma mesiánico”. Implica que el
Mesías es hombre y Dios. El Rey proviene de la línea de David (11:1) pero es
también el origen de David (11:10) y Diso poderoso (9:6). El Mesías tiene
descendencia y apariencia humana (53:2) y participa de la experiencia común del
rechazo (53:3) y el sufrimiento más profundo que cualquiera otro (50:6, y 52:14).
Pero es además el “Brazo del Señor”, el Señor mismo visible y presente en la
salvación (53:1; 51:9; 52:10).
El Propósito de la ciudad
David fue el primero en comprender que Jerusalén es el lugar
que el Señor escogió (2 Sam 7:10-11) Josue 10:1 provee una pista de que Jerusalén
era el lugar de gobierno de Melquisedec, de modo que cuando David establece su
trono en Jerusalén, se convierte en el sucesor de Melquisedec y la restauración
de la ciudad se convierte al final no solamente en la restauración del pueblo
en sí, sino que también implica la restauración del mundo.
Lo más sorprendente del concepto del motivo de la ciudad es
que existen dos ciudades. La historia del mundo produce una sociedad global estructurada
sin Dios, hecha por el hombre, centrada en el hombre, creada con sabiduría
humana para la salvación de la humanidad. Los pequeños comienzos de Sinar (Gen
11:1-4) son un microcosmos de lo que toda la tierra será en los últimos
tiempos. Contemporánea a la destrucción de esta ciudad está el surgimiento de
la ciudad de Dios, un nuevo orden construido por Dios en Su plan, con El mismo
como el centro y a partir del cual gobierna sobre todo un universo de justicia y paz. (Cap 13-27).
El Santo de Israel
El punto central del llamado de Isaías es la santidad de
Dios. En la narrativa del llamamiento, la noción de santidad se aplica en tres
dimensiones: (1) Santidad y trascendencia, la naturaleza de su soberanía es
expresada por la alabanza de los serafines. (2) Santidad y Juicio, es imposible
para un pecador estar en la presencia de un Dios santo. La conciencia declara
la culpa personal y nacional y sus consecuencias. (3) Santidad y Salvación, el
humo de la santidad (Ex 19:18), por la voluntad de Dios, un serafín ministra
limpieza y expiación de pecados. Isaías
es el profeta de la santidad. Lo sorprendente es que el Dios que es totalmente
único y trascendente, lleno de misterio y majestad, se acerca a personas
específicas a quienes les declara que El les pertenece y ellos le pertenecen a
El. Trata de la amenaza que implica estar cerca de un Ser tan santo y el
extremo al cual el Santo llega con el objetivo de reclamar al pecador y crear
un pueblo recto para Si mismo y el eterno estado de justicia que El creará para
ellos y el que disfrutarán por siempre.
Historia y Fe
Isaías ministró desde el año en que murió el rey Uzías
(740/39), durante el reinado de Jotan (740/39-732/31), Acaz (732/31-716-15) y Ezequías
(716/15-687/86). La paz que prevaleció en tiempos del rey Uzías se debía
principalmente al estado adormitado del imperio Asirio. En 745, sin embargo,
Tiglat-Pileser (744-727), seguido por tres igualmente ambiciosos reyes:
Salmanecer, Sargón II y Senaquerib. Esto puso en Jaque a Judá quienes tendrían
que decidir en quien confiaban en el día de la amenaza. En este escenario,
Isaías comienza a ministrar en dos crisis paralelas: la primera durante el
reinado de Acaz y la segunda de Ezequías.
En la primera crisis, el objetivo era terminar con la
dinastía de David, Isaías es levantado por Dios para llamar a la nación a la
quietud (7:4) y la fe (7:9). La pregunta es ¿Debe la nación del Señor confiar
su seguridad en lo mismo que todas las demás naciones que no han recibido la
revelación del Señor, suministro de agua, defensas, armas y alianzas? O ¿Debería
la nación del Señor confiar en las promesas de Dios sobre preservar la dinastía
Davídica? Es en este evento en el que Acaz decide no confiar en llamado de
Isaías a tener fe, escogiendo la estrategia de la seguridad a la manera del
mundo. Se somete a Asiria con la condición de que le protegería contra el
ataque del reino del Norte (2 Reyes 16:5-9). Su solución de corto plazo
comprada a precio de largo plazo ya que, en el verdadero sentido, la dinastía
de David terminó con Acaz. Los reyes restantes heredaron un trono de marioneta
por cortesía de Asiria, primero, luego de Babilonia hasta que la línea real
desapareció en las arenas del exilio para nunca más gobernar en Sión. En la segunda crisis hay una obediencia parcial de Ezequías, sin embargo, buscó su protección a través de tratados y alianzas que concluyeron en el exilio y el fin de la dinastía de David.
En verdad que el libro expresa un llamado a aferrarse a las promesas de Dios y Su reino eterno, a tratar los problemas nacionales de raíz (volverse a la santidad) y no superficialmente (a Dios rogando y con el mazo dando). No dudo que este libro se adapta precisamente a nuestra condición como nación y es mi oración que Diso despierte el corazón de los intercesores para que los problemas se resuelvan desde la raíz, desde la restauración de nuestra condición espiritual.
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